La renuncia de Benedicto XVI es un signo más de cambio de época y de paradigma cultural. El nuevo papado ha de responder a un nuevo rostro de Iglesia para un mundo nuevo. Considero que el próximo Papa -y todos nosotros, animados y confirmados por él en la fe- hemos de atender a lo que deberían ser mandamientos prioritarios para la Iglesia hoy:
Nuestro mundo necesita autenticidad y confianza que esperancen y transformen. La Iglesia debe servirle desde los sentimientos de Cristo, enraizada en la Palabra y en los signos de vida. El Papa deberá ser un hombre del Evangelio (Palabra y signos), que ayude a volver a la fuente de lo esencial y auténtico, al encuentro con Jesucristo.
Nuestro mundo necesita purificación y reconciliación, fraternidad universal. La Iglesia está llamada a ser nudo de la unidad de los hombres entre sí y de éstos con Dios, y para ello deberá hacerse compasiva, evitando constituirse en juez y acusadora del mundo. El Papa habrá de animar el despojamiento del rostro de una iglesia de condena –ad intra y ad extra- y plasmar las líneas de la esperanza y la salvación como contenido central del Evangelio en diálogo con la cultura actual.
Nuestro mundo necesita sentido último y justicia que lleguen a todos los hombres. La Iglesia está llamada a ser defensora de la dignidad humana, especialmente con los crucificados de la historia; su mensaje central es que el crucificado resucita. El Papa ha de optar por el riesgo de la misión que se hace en los caminos y en las plazas públicas, donde cada día se decide y se vive la existencia de lo humano, animando un modo de cristianismo que sea levadura y sal en medio de lo social, lo político, lo cultural, lo económico…
Nuestro mundo centrado en el bien-estar necesita adentrarse en el bien-ser, una nueva organización. La Iglesia habrá de ayunar y abstenerse de todas las tradiciones y estructuras eclesiásticas -que no “Tradición”- que responden a otras épocas y que impiden la limpieza y la sencillez de su presencia en medio del mundo. El nuevo pastor universal habrá de generar nuevos modos de organización y vida eclesial, referentes para este mundo, que sanen y purifiquen lo rancio y lo insano de la institución.
Nuestro mundo tiene pobrezas y necesidades claras y directas. La iglesia ha de ser experta en humanidad y dirigirse como servidora a los que más los necesitan de un modo gratuito. El Papa habrá de ser el Pontífice de los últimos y ha de decidir siempre desde los que sufren tanto en el cuerpo como en el Espíritu.
José Moreno Losada. Sacerdote. Pastoral universitaria.
Badajoz, 26 de Febrero de 2013